sábado, 25 de septiembre de 2010

Teóricos (Romano) - Origen y desarrollo del sainete / Algunos escritores costumbristas de la década de 1920




Guía n. 1. Clase teórica del 22-IX-2010.
Primera parte.
  Según lo conversado con parte de nuestro alumnado, en el día de la fecha, y a efectos de mantener el desarrollo de la asignatura “Problemas de Literatura Argentina”, redactaremos unas guías con los principales lineamientos de la clase, las lecturas obligatorias y una bibliografía de apoyo. Por las razones especiales como se está dictando el cuatrimestre, decidimos que en esta clase se resuman dos de las previstas, la que abarca el origen y desarrollo del sainete y la dedicada a algunos escritores costumbristas de la década de 1920. En ambos casos, por supuesto, el acento estará colocado en los procedimientos humorísticos que empleen y la importancia del humor en los espectáculos o publicaciones en los que participaban.
 Para el tema de la radicación del género chico en Buenos Aires, recurrimos a los aportes bibliográficos de la última parte del fascículo 30 de Capítulo (1980) escrito por Luis Ordaz y en el de Beatriz Trastoy sobre los mismos años y especialmente dedicado a la revista (2002). Para el panorama general del género, entre 1890 y 1930, recurrimos al fascículo n. 47 escrito por Abel Posadas y otros, el cual es una suerte de síntesis apretada de lo que plantearan con lujo de detalle en el volumen Teoría del género chico criollo (Eudeba, 1973).
  Lo cierto fue que el teatro por secciones, una creación de los empresarios españoles como respuesta a la crisis de público sufrida en la segunda mitad del siglo XIX, cundió de inmediato en Buenos Aires (estrenos de La gran vía, La revoltosa, Le Verbena de la Paloma ) y la compañía de los hermanos Podestá, quienes fueran animadores del dramón gauchesco a partir de la adaptación del folletín Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez, en 1884 como pantomima y desde 1886 dialogado, se sumaron a la novedad de las piezas breves y varias por día desde el teatro Apolo. El éxito de estos espectáculos fue tan grande, que surgieron pronto escenarios en muchos de los barrios en formación (Boedo, la Boca).
  Para cubrir la demanda, muchos se improvisaron dramaturgos. Un caso singular es el de Nemesio Trejo, que de payador pasó a autor exitoso. También merece consignarse el hecho de que esa misma demanda provocó que muchos autores se unieran para multiplicar su fecundidad. Fue  el caso de Armando Discépolo con Enrique de Rosa o con su propio hermano Enrique, entre muchos otros. Transmitir una imagen de producción tan múltiple y variada no es nada sencillo. Elegimos dos piezas para ejemplificar, suficientemente distanciadas en el tiempo: una de los momentos en que el sainete, que reactivaba los principales ingredientes del teatro popular español renacentista (música, baile, canto, comicidad, situaciones de actualidad), comienza a entrelazar todo eso con ciertos conflictos dramáticos. Lo que Osvaldo Pelletieri señala como pasaje del “sainete de pura fiesta” al “tragicómico”. De hecho, el autor lo califica como “sainete cómico lírico dramático”.
  Pensamos que Gabino el mayoral (Enrique García Velloso, 1898) da cuenta de eso. Por un lado se abre con una escena de café en que hablan muchos a la vez y en jergas variadas. Luego dedica un lugar especial a los dúos líricos de Nuñez-Angelina y de Lucía-Gabino, acompañados de música. El citado agente Nuñez es en cierto modo el eje de los procedimientos cómicos, dada su tendencia a enamorar muchachas del barrio, aunque acabe casándose con Angelina. Creo que eso contribuye a la preocupación de la pieza (un acto en cuatro cuadros) por afirmar el casamiento o compromiso legal por sobre las parejas de hecho.
 Clave, en tal sentido, es la contradicción que vive Gabino cuando rapta a Lucía, la lleva a su casa pero se escandaliza al descubrir que su hermana ha huido con el novio. Estrechamente ligado a ese conflicto está el de la mujer que debe todavía obedecer las decisiones de sus padres sobre su casamiento y que están basadas en ventajas monetarias (los padres de Lucía) opuestas a su elección (la de Gabino, un modesto mayoral de tranvía a caballo). Conviene leer el capítulo de sus Memorias de un hombre de teatro (   ) en que rememora el estreno de este sainete y el hecho de que todavía las mujeres solían hacer papeles masculinos (la actriz Irene Alba de Gabino) y que los actores españoles, a falta de criollos, representaban a los malevos suburbanos prácticamente hasta el 900.
 El primer recitado de Nuñez pone en evidencia que lo rural está muy presente, aunque el escenario sea ciudadano. En el habla del policía esto es asimismo muy evidente, como se advierte ya en su primer diálogo con Jalomín. Los equívocos idiomáticos son motivos jocosos: el francés dice “Nouse” y Nuñez responde airado “¡Cómo que no sé!” NUñez y Gabino explican con excesos verbales lo que hacen o van a hacer, lo cual es un síntoma del público poco experimentado al que se dirigían.
  El texto abunda en procedimientos traslaticios, símiles, metáforas y alegorías. Una, destacable, es la que hace referencia al amor como “fuego”, “fragua”, “carbón” , “volcán” e incendio que requiere de “bomberos”. Jalomín descubre y pone en evidencia a don Angel, el que pretende casarse con Lucía cuando ya tiene mujer e hijos, ayudado por dos cómplices, uno criollo y el otro italiano, pagados a tal efecto. No es casual que el término ley aparezca en boca de Lucía (“¡Ganame en buena ley, no se diga que me has robado!”) y de Angelina (“Podré tomarle ley y quererlo mucho”). Como conversamos con uno de los alumnos asistentes a la clase pública de ese día, no se trata en ninguno de los dos casos de la ley institucional, sino de códigos vigentes para los sectores populares y sus formas de sociabilidad, aunque el primero tenga connotación religiosa (ley como sacramento cristiano).
  Subrayo los términos o frases relacionadas con la comida o bebida, un rasgo notorio del habla popular, como “no está la yerba pa mate con espuma”; “creo que la torta se le va a volver pan”; “¡Te van a colgar la galleta!”; “Esto me pasa por ser goloso”, etc. Bromas con aprovechamiento de la bisemia hallamos en “Cualquier va a decir que está cara la cebolla”, donde “cara” apunta a la vez a rostro y a tubérculo. Cuando Trinidad, la encargada de explicitar que ya pasó el tiempo en que las mujeres eran sumisas a las decisiones paternas en cuanto a elegir marido, dice que Angel no le va a dejar conservar el retrato de Gabino “por lo de la corneta”, con una doble intención (al instrumento que hacía sonar el mayoral de los tranvías y al falo). No es poco para la economía significativa de la pieza que Jalomín “pillo conocido y atorrante de profesión”, según Cipriano, y Gabino, humilde y compadrito, sean los que desenmascaran a don Angel y reparan el daño que éste le causara a Mercedes.
  El otro texto  es un sainete de 1920 firmado por Alberto Vacarezza, quien se incorporara al género hacia 1904 y obtiene los últimos grandes éxitos del teatro por secciones, en especial con El conventillo de la paloma (1929). Vacarezza escribió sobre todo en verso o combinándolo con pasajes en prosa y fue un continuador de la poesía gauchesca como lo demuestra La Biblia Gaucha (1936). En el sainete elegido,  en un acto y tres cuadros, la comicidad recae sobre todo en el encargado del conventillo, el italiano don Antonio, enamorada de Encarnación, esposa del español Palomo. Sea en las discusiones que tiene con el hispánico, yen los falsos amagues de pelea entre ambos;  sea en sus comentarios cuando Aberastury le da lecciones sobre cómo conquistar mujeres; sea en el diálogo en que trata de seducir a la gallega.
 El aspecto serio reside en los triángulos amorosos de los que participan el Gallo y su ladero Aberastury, dos malevos. El primero se ha adueñado de la ex amante de Maldonado, cuando éste estaba  detenido, y pretende seducir, además, a la joven e ingenua Rosita. Maldonado recupera a Rosalía pero luego se la regala al malandra, en un gesto machista de superioridad. Rosita, a su vez, es protegida por su padre Julián y sobre todo por su padrino Maldonado. Muy interesante es el triángulo de Aberastury con Filomena y Rancagua. Aquél  la tienta con una vida lujosa y ella, al margen de eso, se siente atraída por el compadrito: “¡Y cómo me gusta este pibe, madona mía!”. Sin embargo, cuando escucha cantar al marido la historia de ambos, en unos versos sumamente tangueros, desiste de su huida, se acerca a él y se le somete sin límites: “”¡Pegame! ¡Rompeme el alma, si es toda tuya!”. Doña Prudencia (el nombre parece jugar un rol irónico) cumple aquí la tarea de aconsejar a Filomena para que se vaya del conventillo: “te falta esa decisión que debe tener toda mujer moderna…¡Qué querés que te diga!...¡Yo soy muy norteamericana, che!”
 La cuestión de la guapeza juega parte importante en la significación: el Carpintero español, al cual se le suponen varias muertes, se revela en el último cuadro como cobarde. El tango, por su parte, es motivo de desconfianza para don Antonio, que tata de impedir que lo bailen en el patio cuando se organiza la fiesta. Destaco algunas bromas verbales en torno de los nombres, por ejemplo con Gallo y “riña”. Y en torno a la alimentación: “¡Y en yunta se me han venido como golosos al dulce!” dice Maldonado. “Hace rato que me tiene con la pava hirviendo” dice el Gallo de Maldonado. En conjunto, se puede establecer una valoración de mayor a menor entre los actuantes: criollos viejos (Julián, Maldonado), compadritos orilleros (Gallo, Aberstury) y extranjeros ridículos, caricaturescos (Antonio, Palomo, Carpintero).

Segunda parte.

 Hablamos ahora acerca de varios autores de crónicas de costumbres durante la década de 1920. Las de Roberto Gache aparecieron directamente en libro y en 1919: Glosario de la farsa porteña. Los otros fueron colaboradores de publicaciones periódicas de donde extrajeron el material para sus libros:  Enrique Loncán escribía en La Nación; Last Reason (seudónimo del uruguayo Máximo Sanz) en Crítica, donde consagró su nombre y tenía dos columnas, una los martes y otra los sábados, pero también colaboró en El Suplemento como Bala Perdida y en La Razón como Half Time, en Caras y Caretas, Leoplán y Noticias Gráficas; Enrique Méndez Calzada fue periodista, director del Suplemento literario de La Nación entre 1928 y 1931, cuando lo desplazó Eduardo Mallea, respaldado por Victoria Ocampo; crítico teatral de El Hogar y Nosotros; secretario de redacción de la Revista de la Facultad.
 El título elegido por Gache implica una definición: el “glosario” es un diccionario que aclara términos raros o en desuso y la “farsa” un tipo de espectáculo escénico jocoso. O sea que la ciudad se ha convertido en una suerte de escenario poco respetable y las palabras desusadas son, a lo que pienso, aquellas que expresaban los más altos valores de una cultura. Precisamente  el  fracaso de los valores liberales que enarbolaron los intelectuales como universales hasta el 80 parecen haber quebrado, en el orden internacional y nacional. En un caso debido a la cruenta guerra de 1914-1918, que dejó miles de víctimas inocentes y fue una prueba de irracionalidad. En el segundo, con el ascenso de las clases medias al campo intelectual y un  avance de los gustos “plebeyos”, caracterizados como excesivos respecto de la parquedad o la sobriedad distinguida. La de Gache es una ironía suave respecto de tales sectores medios y sus limitaciones.
  Loncán se engancha más directamente con los hombres del 80 y en particular con Lucio V. Mansilla. Como éste, en su Entre Nos (Causeries de los jueves), dedica cada artículo a alguno de sus amigos distinguidos y en el texto hace constante referencia a otros, en general desconocidos para el lector de la época y mucho más para el de hoy. Eso da cuenta de que escribe para un círculo restringido, el de los lectores de un diario que entonces representaba a la alta burguesía agropecuaria y que en ese aspecto no ha variado demasiado hasta hoy día.
  Inventa el personaje de Americus como supuesto autor de los textos y así se desdobla en la apertura de Las charlas de mi amigo (Motivos porteños) de 1923: “…el verdadero autor de estas charlas, no es un escritor, no trata de serlo, ni siquiera tiene interés en aparentarlo. Ejemplar desteñido y retardado de aquella generación que, alrededor de 1880, escribía por diletantismo sobre temas triviales para olvidar la pena de las realidades tristes, el buen hombre ha creído ingenuamente que parodiando con torpeza a Eduardo Wilde, a Eugenio Cambacers y a Miguel Cané podría reflejar en páginas de prosa ligera algunos aspectos de la vida de Buenos Aires”. Rico, holgazán, “ha escrito estas charlas con el desembarazo y la osadía (…) de figurar poco menos que como protagonista de todas sus ocurrencias”. Comparten “una solidaridad que no he buscado pero que no repudio”.
  Insiste en escribir la oralidad, como lo hacían aquellos famosos charlistas de club distinguido (el del Progreso) y por eso también reitera que sus páginas son “deshilvanadas”, pero lo cierto es que el uso de conectores después de ciertas digresiones o de construcciones simétricas o anafóricas dan cuenta de una prosa cuidada que en todo caso pretende convencernos de una falsa espontaneidad. Lo distingue una certeza especial para las creaciones verbales, como hablar de un “ñato tomacorriente”, la ironía (los guarangos son “uno de los factores fundamentales de la grandeza nacional”). En esa carta a una dama inglesa sobre los guarangos afirma que son “la antítesis de Inglaterra” y un elemento útil a la industria y al comercio, dado su optimismo impetuoso que es lo contrario de la elegancia sobria y parca.
 Completa este grupo de escépticos respecto de una actualidad que era resultado del ascenso de las clases medias, en especial desde el arribo de los radicales yrigoyenistas al poder (comienza con los primeros diputados santafesinos en 1912 y se acrecienta con la llegada a la presidencia de Hipólito Yrigoyen, en 1916), Enrique Méndez Calzada. El que definió al humorismo como “resignación bajo protesta”, que es todo un lema: esos cambios que permitieron ascender socialmente a los menos educados no tienen por qué ser acatados sin resistencia y es lo que él hace escribiendo. Las tentaciones de don Antonio (1927) marcan un momento de su trayectoria, que se iniciara con un libro de poemas (Devociones de Nuestra Señora la Poesía, 1921) y otro de cuentos (Y volvió Jesús a Buenos Aires, 1922), cuyas palabras iniciales (también de la primera reedición, 1926) incluimos aparte.
  El poeta se alinea detrás de Baldomero Fernández Moreno, quien fuera con su “sencillismo” la expresión del sentimiento de los sectores medios en un momento de expansión. Los versos de “La calle” (Ciudad, 1917) son pasibles de una curiosa comparación con “Rima del hombre aburrido”. Baldomero en el primer cuarteto define su atractivo: “La calle, amigo mío, es vestida sirena/ que tiene luz, perfume, ondulación y canto./ Vagando por las calles uno olvida su pena,/ yo te lo digo que he vagado tanto”. En los dos últimos del tercero, los versos finales, afirma que es posible disolverse en la vorágine ciudadana: “El mundo, en torbellino, pasa como rodando./ Tú mismo no eres más que otra cosa que rueda”. Luego, en libros posteriores, irá mitigando ese impulso, aunque sin llegar a la actitud de repliegue que manifiesta  Méndez Calzada en aquel poema cuando se refiere al tedio que finalmente le provoca la lectura, pero su salida dura poco:  “en medio de la humana agitación/pienso en mis libros y me vuelvo a casa”. Expresa también su desagrado por las vanguardias, cuando añora (”no hay gusto por los versos sonoros, armoniosos”) una estética más estable y se debate entre el tedio cotidiano y el horror a la violencia, a la guerra. Incluso el otro femenino, en el relato “Las tentaciones de don Antonio”, lo aterra.
  Una gran alegoría de que el mundo ha caído en la falsedad y de que los viejos valores decimonónicos ya no imperan es “El inmortal Schwarzesbier”, donde el encono de un socio del Club  de Juego al Tresillo contra el que se la pasa citando lo que ha leído, lo impulsa a inventar a un supuesto filósofo. Esa patraña no es desmentida ni por los periodistas ni por los especialistas y académicos, quienes le inventan una biografía y una bibliografía. No estaría mal comparar este texto con “El cocobacilo de Herrlin” de Arturo Cancela, por el lado de la ironía y de la paradoja. “Cuento de Navidad”, a su vez, nos revela entretelones de la profesionalidad y de la escritura forzada impuesta por un editor que no confía en los poderes de la “imaginación”.
  No es casual que Loncán y Méndez Calzada se hayan suicidado en 1940 (otros renombrados suicidas de ese momento fueron Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni), en parte agobiados por una segunda guerra que venía a sepultar los ideales supervivientes del siglo anterior. En la cuenta –y la de los suicidas es siempre frondosa- cabe no olvidar que también el país había pasado por una breve experiencia corporativista con la dictadura del general José Félix Uriburu y había recaído luego en el “fraude patriótico”, cínica fórmula con que los conservadores que se reapropiaran del  poder  con otro general, Agustín Pedro Justo, calificaban la exclusión de todos los sectores opositores más o menos radicalizados, incluyendo al radicalismo yrigoyenista. Ellos lideraron la “década infame” o de mayor sometimiento del país a los intereses británicos (pacto Roca-Runcimann, de 1934).
  En fin, Last Reason (seudónimo de Máximo Sanz) disuena con los anteriores y, por diversas razones, está más próximo de Roberto Arlt, cuyos artículos de costumbres comienzan a publicarse en la revista Don Goyo hacia 1926, aunque adquiera fama sobre todo en el diario El Mundo y a comienzos de la década del 30, con  las “Aguafuertes porteñas”. Un rasgo que los aproxima es la afirmación de los sectores reos, vagabundos, marginales a la sociedad organizada. “Anoche, en el bondi” interesa por varios motivos.
 Uno es el hábito, mencionado en la clase sobre “Caras y Caretas”, a leer en los transportes públicos que tardaban más de una hora en llegar desde lugares como Flores o Belgrano al casco urbano. Y que en este caso es autorreferencial, habla sin duda de Crítica y de una nota suya aparecida en ese vespertino. Otro es el registro de las voces ajenas, con distinta entonación y nivel verbal, que realiza el narrador desde su asiento y la alegría que experimenta a lo largo de todos esos contactos.
  “Marcos Guerra sube al cielo” desplaza a ese ámbito convencional usos y prácticas del suburbio y culmina con un gracioso diálogo entre el alma del vago y Dios: éste le pregunta si hubiera erigido una iglesia y Guerra contesta que “un convento, a la fija”, apelando a la bisemia (convento=conventillo). Las cuatro Cartas a la rea y otros dos textos que cierran el volumen estableciendo una continuidad seminovelesca, dan cuenta de ciertos códigos particulares de las relaciones de pareja entre tales personajes. En las tres primeras,  Nicanor menciona sus vicios (el turf, la bebida, el robo) y solicita que Catalina lo perdone. Llega a invertir lo que decía Filomena en el sainete de Vacarezza: “Ya no puedo más y me entrego. Hacé de mío lo que quieras, tu marido, tu cosa, tu coso o tu muñeco”.
 En la IV, ella reconoce que se dejó llevar por consejos ajenos: “Hacete valer, ya que tanto te quiere..Hacete fuerte y no le aflojés hasta amansarlo”. Luego le disculpa la afición a los “burros” y a la botella, pero no que robe: “Chorro no, no te quiero”. En el texto siguiente, el casamiento está narrado con graciosos términos de la jerga turfística y en “La primera bronca” el motivo es que Nicanor no quiere que ella lo acompañe al hipódromo: “cuando un orre para la olla y se echa al lomo una percanta en calidad de consorte, prefiere tenerla en casa, refregando la ropita, a llevarla prendusque del bracete al templo del escolazo”. Una división calle/casa, según los vínculos interpersonales tengan o no mayor formalidad, a tener en cuenta. Finalmente, en “Freno mulero para el reo Nicanor”, Last Reason asume el rol de narrador-participante, es el que le aconseja a Nicanor embarazarla y el que revela que el hijo recién nacido de la pareja fue concebido antes del casamiento, como un argumento fuerte a favor de su amigo domesticado por la convivencia marital. Aclaro que esta serie no está completa entre los apuntes, pero puede ser optativa para leer y comentar en el primer parcial.
  En 1928, Méndez Calzada publica un ensayo sobre “Los humoristas argentinos” (Nosotros a. XXI, t. LVII, n. 219-220, 1927) que recoge luego en su libro Pro y contra(1930). Voy a comentar algún aspecto, pero su lectura completa es también optativa, existe una reedición  el Instituto de Literatura Argentina que se puede consultar en 25 de Mayo 217, 1° piso, y supongo que también en Biblioteca Central. Comienza por afirmar que  “la humanidad nunca ha necesitado tanto el humorismo como en la época presente” e imagina una graciosa contraposición entre Kant y Progrullo, entre el lenguaje oscuro de los filósofos y la claridad de quien emblematiza al sentido común. Eso le permite asimismo burlarse del pensador español Ortega y Gasset. Retoma el tema central y asegura que aquel auge se debe al “hambre y sed de idealismo” padecido por la humanidad y culpa en parte a la literatura naturalista y a los neosensibles, despojados de espiritualismo. Anuncia, pues, un renacer de la religiosidad (ojo, cuatro años después, el Congreso Eucarístico provocaría oleadas de fe y hasta de conversiones en Buenos Aires). El  humor es asimismo evasión en medio de un mundo desagradable y cita una frase de Cocteau sobre la seriedad como comienzo de la muerte. Hay que volver a la lectura de Eduardo Wilde (¿un punto de contacto con Loncán?). Se ocupa luego de que nuestra literatura “no ha sido nunca demasiado fecunda en manifestaciones humorísticas” y dejo a los interesados en leerlo la revisión de autores, muchos contemporáneos suyos, que sigue.
  Creo que en esa oposición cuerpo/espíritu a la que ya hicimos referencia en la primera clase se cifra buena parte del descontento de la mayoría de estos humoristas y que la misma ayuda a entender ciertas transformaciones que habían sucedido en la cultura nacional y que no todos estaban dispuestos a aceptar, dado su compromiso con los valores del pasado, que seguro concebían como valores eternos. Un dato significativo en tal sentido es la oposición a la popularidad del diario Crítica, hacia fines de la década de 1920, y que provenía de su capacidad para nivelar lo que antes estaba rigurosamente jerarquizado: el deporte con la política, las bataclanas con las noticias policiales, el teatro nacional y el cine de Hollywood, la literatura con las historietas, etc. Es significativo que contra eso recibiera ataques tanto desde la revista de izquierda Claridad como desde la católica Criterio y por razones similares, su afirmación de lo plebeyo. Como ha señalado Sylvia Saítta, buena parte de los martinfierristas se incorporaban en ese momento al diario y no para continuar en aquel registo neosensible. Un ejemplo, el tucumano Pablo Rojas Paz que firmaba El Negro de la Tribuna sus comentarios futbolísticos para Crítica.

Bibliografía.

Fascículos de Capítulo, la Historia de la Literatura Argentina, n. 47 y 68; en forma parcial, el n. 30.
Gallo, Blas Raúl. Historia del sainete nacional. Buenos Aires, Quetzal, 1958. Capítulos I, II, III y IX.
García Cedro, Gabriela. “Aguatintas hípicas” en Last Reason: A rienda suelta. Buenos Aires, Biblioteca nacional-Colihue, 2006, pp. 11-23.
Guaragno, Lidia. “Estudio preliminar” a Méndez Calzada: Las tentaciones de don Antonio. Buenos Aires, Biblioteca nacional-Colihue, 2006, pp. 9-43.
Mazziotti, Nora. “Introducción” a Comedias y sainetes argentin os. Buenos Aires, Colihue, 1979. (optativa)
Méndez Calzada, Enrique. “Los humoristas argentinos” en Nosotros (datos citados en la clase) o en
Pelletieri coord. Historia delsainete argentino en Buenos Aires vol. II La emancipación cultural . Buenos Aires, Galerna, 2002, pp.201-223.
Pro y contra. Buenos Aires, Jesús Menéndez, 1930 (optativa)
Saítta, Sylvia. Regueros de tinta. El diario ‘Crítica’ en la década de 1920, cap. 3. (optativa)

P.D. Proponemos también leer en forma optativa otros textos de los humoristas considerados, para lo cual recomendamos Las charlas de mi amigo (Buenos Aires, Emecé, 1981) de Enrique Loncán. Más textos de Méndez Calzada, sean de Las tentaciones de don Antonio o de Y volvió Jesús a Buenos Aires. De Last Reason pueden leer más textos de A rienda suelta, como la serie final antes mencionada. También sugerimos la posibilidad de añadir la lectura de dos piezas del género chico criollo. Por ejemplo, Los distraídos o la torta de la novia de Enrique Buttaro, quien con Cayol, Trejo, Soria y García Velloso fue incorporando conflictos a la mera diversión  escénica. Pueden consultar ese texto en Comedias y sainetes argentinos (Buenos Aires, Colihue, 1979), cuya Introducción (pp.21-40) de Nora Mazziotti da un panorama general del teatro argentino hasta esa época.

Eduardo Romano 


Materiales de lectura:


Rivera•Romano - Capítulo 68 El costumbrismo hasta la década del cincuenta (selección)
Capítulo 30 El teatro argentino, desde Caseros hasta el zarzuelismo criollo (selección)
Rivera•Romano•Gache•Loncan - El costumbrismo (1910-1955) (selección)
Gache - Glosario de la farsa urbana (selección)
Loncan - Las charlas de mi amigo (selección)
Méndez Calzada•Guaragno - Las tentaciones de Don Antonio (selección)
Last Reason•García Cedro•Unamuno•Lanata - A rienda suelta (selección) + Prólogos